En nuestra sociedad moderna, existen organismos y estamentos para regular todo. Es comprensible, en este caso, que el lenguaje también cuente con alguna institución que vigile su comportamiento. Por ello surgió la Real Academia Española en 1713 gracias a la iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, y el apoyo de un grupo de Ilustrados. Su labor sería la de de «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza». El emblema de la misma contiene un crisol puesto al fuego, con la leyenda Limpia, fija y da esplendor, frase que deja clara su vocación de trabajo. Su nacimiento, bajo el reinado de Felipe V, siguió el ejemplo de la Academia Francesa, entre otras. La sede de la Academia se encuentra en Madrid, junto a la finca del Buen Retiro.

Con la independencia de los países americanos, la academia impulsó la creación de instituciones similares en los estados nacientes. Desde entonces la RAE, en coordinación con las restantes veintiún Academias nacionales, se ha dedicado a recoger las diversas transformaciones que experimenta el castellano, como lengua viva que es. Juntas elaboran la normativa que se refleja en el Diccionario de la Lengua Española (DRAE), tanto referente a gramática como a ortografía.

Los académicos se reúnen en pleno cada jueves por la tarde, para examinar las propuestas que presentan las Comisiones. Actualmente, la academia cuenta con las siguientes comisiones:

• Instituto de Lexicografía
• Delegada del Pleno y para el Diccionario
• Diccionario histórico de la lengua española
• Etimologías
• Información lingüística y Neologismos
• Gramática
• Vocabulario científico y técnico
• Ciencias humanas
• Publicaciones y Boletín
• Comisión Conservadora de la Casa Museo de Lope de Vega

Los académicos se eligen de por vida, recibiendo así el curioso nombre de “Inmortales”, y cada uno tiene un asiento, designado por una letra del Alfabeto. Desde esos sillones, filólogos y escritores de la talla de Arturo Pérez Reverte o el reciente premio Nobel Mario Vargas Llosa debaten sobre el futuro de nuestro lenguaje, qué nuevos usos podrán ser considerados como correctos, y qué palabras, aunque sea dura tarea, deberán ser tildadas de arcaísmos para las nuevas generaciones.

In our modern society, there are bodies and institutions to regulate everything. Therefore, it is understandable that the behaviour of language is also regulated by an institution. That is the reason why the Spanish Royal Academy was created in 1713, following an initiative by Juan Manuel Fernandez Pacheco, Marquis of Villena also supported by a group of enlightened scholars. Its mission would be to “fix the voices and words of the Spanish language to their greatest appropriateness, elegance and purity”. Its emblem contains a crucible sitting on the fire, with the motto “Cleans, sets, and gives splendour”, a sentence that highlights the institution’s work ethic. Its birth, under the reign of Felipe V, followed the example of the French Academy, among others. The RAE headquarters are in Madrid, next to the Buen Retiro country estate.

After the American colonies gained their independence, the academy promoted the creation of similar institutions in the rising states. Since then the RAE, in coordination with the other twenty-one national Academies, has been dedicated to compile the diverse transformations that Spanish is undergoing as a live language. Together, they draw up the norms that are then collected in the Dictionary of the Spanish Royal Academy (DRAE), including grammar and spelling rules.

The Academy members meet every Thursday evening, to study proposals presented by the different Committees. At the moment, the academy includes the following Committees:

• Institute of Lexicography
• Plenary Sessions and Dictionary Delegate
• Historical dictionary of the Spanish language
• Etymology
• Linguistic information and Neologisms
• Grammar
• Scientific and technical vocabulary
• Humanities
• Publications and Bulletin
• Committee for the preservation of Lope de Vega’s House Museum

The Academy members are chosen for life, therefore receiving the peculiar name of “the Immortals”, and each occupies a seat, designated by a letter of the Alphabet. From those armchairs, linguists and renowned writers such as Arturo Perez-Reverte or the recent Nobel Prize winner, Mario Vargas Llosa, debate on the future of our language, what new uses could be considered as correct, and the tough decisions about which words will have to be labelled as archaisms for the new generations.